(Hermosillo, 1979). Es narrador, editor y profe. Ha publicado los libros Monstruario, Bungalow y Plaga Serena. Es director de la revista literaria Pez Banana y pezbanana.net
A pesar que en Hermosillo hay, o había, más festivales de rock con bandas importantes; todavía son muy pocos los eventos masivos de este tipo. No habitamos una ciudad como Monterrey, Guadalajara o Ciudad de México que ofrecen, mes con mes, o por lo menos lo hacían antes de la pandemia, opciones de conciertos para todos los gustos.
Para los que vivimos en estados fronterizos nos queda más cerca ir a festivales y conciertos a Estados Unidos. Siempre y cuando, claro, cuentes con recursos económicos y visa. La perrada, desde siempre, hemos tenido, o por lo menos la teníamos antes del Covid, la opción local: las tocadas. Casi todas las semanas se hacen tocadas en bares y cantinas en Hermosillo. En la Bohemia, El Seven, La Verbena, El Pluma, El Campo, El Foro B, entre otros. Pero las chilas, las que se han hecho legendarias en el tiempo y en el imaginario de sus asistentes, están en peligro de extinción debido al acoso, cada vez más marcado, de las fuerzas públicas. Me refiero a las tocadas que sucedían en casas particulares, patios, talleres y almacenes. Estas tenían una mística distinta. Uno se sentía libre en ellas. Llevabas tus propias bebidas y el asunto con las bandas era hacer ruido, compartir un acto creativo sónico, no generar negocio. Hacer ruido y comunidad en torno al rock. No es que tenga algo en contra de hacer dinero con venta de bebidas o boletaje, es justo y necesario, pero las tocadas caseras eran la onda porque se sentía que ocurrían a la intemperie de cualquier tipo de represión.
Después de todo, el verdadero espíritu de las tocadas en Hermosillo, aunque fueran gratuitas, siempre se experimentó por fuera de donde ocurrían los eventos. Muy pocos, incluyendo los músicos y sus amigos más allegados, ingresaban a los lugares y después de tocar o ver a la banda que les interesaba, se salían a pistear afuera. Tendría 15 o 16 años cuando fui a mi primera tocada. Digo fui por no decir que estuve por afuera del Music House entre mocosos enfundados con camisetas metaleras y pantalones talla 40. Plebes que se sentían los dueños anónimos del mundo porque salían en la noche para escuchar a los Astaroth de Guaymas. Porque en sus tramos Cross Colours guardaban botellas, sprays Comex con el tapón bien expandido, cigarros alitas y ridículas cadenas conectadas con una billetera vacía. Fumar y beber eran entonces actividades que marcaban tu postura ante el mundo. Recién habíamos dejado de jugar fut o beis en la calle para escuchar Pantera en el potente estéreo de un viejo Ford Custom estacionado en la cochera de una casa de la colonia Olivares. Dueños anónimos del mundo que escupían todo el tiempo haciendo ríos burbujeantes en las banquetas. La felicidad era eso: beber, escupir y ser, soberbiamente, jóvenes que sentían el llamado del desarreglo, la emancipación y la estridencia.
En mi primera tocada había un tipo que hacía, idéntico, como Chewaka después de beber un larguísimo trago de caguama. Una década más adelante conocería a esa entidad irrepetible: el Igor. Vi al Miguel Perra Vida, al Choco, al Buchakas y al Cuicho de Suciedad Discriminada. Batos una generación más grande que la mía y con una personalidad ya muy definida. Parecía que toda esa pandilla vivía afuera de aquella tocada. Todos los conocían, todos les brindaban trago. Estaban en su ambiente.
Nosotros, alucines, los mirábamos desde el otro lado del estacionamiento e identificábamos en ellos otro estilo. Eran punks. Nosotros pensábamos que ser rockeros era ponerse camisetas de Metallica, Megadeth o Deicide. Escuchar Death y vomitar los domingos un montón de jugo de toronja. Llevar el pelo largo y sentir que satanás era la cosa más divertida en el mundo.
En el Hermosillo de los noventas del siglo pasado, las tocadas eran colectivas. Se mezclaban metaleros con harcorosos y alternativos. Había tocadas rascuachas en barrios populares y tocadas nice en colonias yupis. Pero cuando el toquín era en un espacio como el Music House, o el Casino de los Ingenieros, o el Casino del SNTE, o el de la CFE; o en lugares del Estado como La Casa de la Cultura (¿Pueden creer que la Casa de la Cultura había tocadas bien chingonas y libertarias?), La Sauceda, el CUM, La Leona Vicario, El Emiliana de Zubeldía, ahí se juntaba todo el animelaro. Los harcoreñitos de las Fuentes y sus alrededores; los metaleros del Sahuaro y el Choyal; los punks del Palo Verde y un montón de morras y morros que llenaban lugares de la UNISON como el estadio Castro Servín, la Escuela de Letras y Rectoría los 2 de octubre. Tocaban alternadamente bandas enchamucadas y después seguía una punkosa y quizá luego una de Ska, como la brillante Skalón. Llegaban skatos y hasta cholos. Algunas de las bandas, que cada fin de semana tocaban entre finales de los noventas y principios de los 2000 miles, en el algún punto de la ciudad: Tiner, La social, El grito, La perra vida, Oftalmus, Satan maleficarium, Stress, La Trin-K, No más no, Maltrato, Otravez, La malilla planetaria, Autumn´s agony, Sol Naranja, Suciedad, Rencarnación, López Pérez, La Coyota, LDL, Los vulgares y un montón más.
Además de la música, algo que me encantaba de ir a tocadas era esa sesión para expiar demonios. Esa verdadera terapia de choque: el Slam. Estrellarse con espaldas de desconocidos. Sudar en los veranos intensos y también en los brutales inviernos del pasado. Cansarse, abrazar a las personas y después lanzarlas lejos. Tomar a un objetivo que se pasó de rosca en un empujón insano. Estar calculando la fuerza, el coraje y la diversión al mismo tiempo. Ir a estrellarse en cuerpos igual de alborotados que los tuyos, abrazado de la morrita o el chico, según el caso, que te gustaba. No parar de reír. La cercanía, el calor. Dice el poeta francés, Arthur Rimbaud, que el infierno son los otros. En una tocada puede que así lo sea, pero también hay infiernos floridos, carismáticos e intensos debido a la camaradería que se genera en ellos.
Esto es lo que extraño de ir a una tocada: la fraternidad. Y aunque ya no me meto al Slam, siempre veo, entre el ruido de las bandas y las luces de los lugares, a las mismas personas; con dos o tres ausencias misteriosas y otras tantas que partieron para siempre hacia a otras dimensiones. Presencias que resisten, en el rock, desde hace casi tres décadas. La alegría por verlos tiene un efecto muy de espejo. Después de todo seguimos aquí. Somos sobrevinientes.
El Covid-19 nos tiene en jaque. No sé ustedes, pero yo estoy harto de los conciertos en pantallas. Estoy harto de la vida a través de streaming impersonales. Las presentaciones de libros, discos y charlas, que al principio del confinamiento cumplieron una función, hoy las percibo desgastadas, poco relevantes. Quizá sea que estoy harto de las pantallas en general. Todo se me hace lejano, con respecto a la experiencia de recargarse con música en vivo. Nada como ver al guitarra y al batería, a un músico en general darle con todo a su instrumento. Paradójicamente, a la experiencia de vivir le falta el “en vivo”.
Cuando este virus se nivele entre nosotros. Cuando por fin entendamos que todo cambió para siempre, en cuanto a nuestra convivencia gregaria, seguro habrá tocadas de nuevo. Seguro volveremos a vernos las caras después de esta etapa extraña, desterrada y paranoica que se ha extendido durante tanto tiempo. Mientras, nos queda resistir. Falta menos para sentir que la vida es un acto presencial. Un acto individual que se completa con la experiencia, el talento y la visión de los otros.
En el siglo pasado topé con uno de mis mejores amigos, Gabriel, más conocido como el Fory. En ese entonces yo consumía, musicalmente hablando, lo básico. Lo que me pusiera MTV y una que otra extravagancia metalera o alternativa. El Fory abrió para mí un nuevo universo: el del punk rock subterráneo. Me pasaba discos, fanzines, películas, libros que yo absorbía con hambre. En algún momento me invitó a su fiesta de cumpleaños número 18. Ahí conocí a la crema y nata, en aquellos remotos tiempos, de los punks del Palo Verde. Sería 1996. Un año en el que también hubo teorías conspiracionales sobre el fin de los tiempos. Se decía que al invertir los nueves del 996, se confirmaba la cifra para la liberación de Satanás en el mundo. Yo pensaba, ¿pues cuándo lo habían encerrado? Se decía que aquel año era el banderazo de salida para el apocalipsis. En fin, en la fiesta del Fory había mucha cerveza y humo. Eran mis primeras pisteadas. Tuvo lugar en una azotea rodeada por alambre de púas en la colonia Palo Verde. Mis recuerdos son vagos y color sepia, pero hay algo que se me viene a la memoria con nitidez: las figuras de tres tipos, no tan mayores a mí pero que advertía mucho más grandes y dueños de sí mimos. Su vestimenta y actitud; su pinta que denotaba algo que yo no había percibido en vivo y que justo en ese instante se me revelaba: el glamour. Pero un glamour underground y percudido. Un glamour como el de aquellos chicos que acababa de ver en un documental sobre la escena alternativa de Londres hacía finales de los 70s. Resulta que los tres chavalos, vestidos de negro y con peinados alucinantes, eran hermanos y además tocaban en una banda. Un grupo que desde ese día se convirtió en uno de mis favoritos: La Perra Vida.
Nunca he podido explicar la siguiente expresión, pero cuando los vi tocar en esa exclusiva fiesta para adolescentes pensé: “estos morros son de verdad”. Son de verdad y no una mentira en construcción como yo y la mayoría de las personas que conocía hasta entonces. Son de verdad en el sentido que dicen lo que piensan y crean algo radicalmente único. Son de verdad porque haciendo ese ruido son libres. Estos compas generan algo a lo que me quiero integrar, conocer, pertenecer. Algo que se conecta a mí tan naturalmente, como una espora, como el deseo mismo. Caí redondito en el poder de seducción que ejerció La Perra en mí. Sus letras y ritmos. Esos tres carnales no eran estériles en el sentido creativo, lo cual me resultaba altamente respetable. De ellos se desprendía una resonancia casi cósmica que se adhirió a mis ideas y sensaciones. Aquello que hacían con instrumentos musicales básicos y un micrófono, lo apreciaba muy cercano al malestar colectivo y al hartazgo generacional que rondaba como espíritu de la época. El cadáver de Kurt Cobain, el héroe suicida de nuestra generación, todavía se descarnaba en su tumba. En el ambiente flotaba una poética de desamparo finisecular que, como buenos miembros de la generación X, nos calaba hasta los huesos. Una poética donde el futuro, sin embargo, no estaba teñido por la sensación de límite que se percibe en nuestros días. No era el único convocado por La Perra Vida esa noche. Veía a mis compañeros de francachela extasiados, bailando, reventando en el más puro momento de sus juventudes. Una noche cuyos sonidos atrajo a una de las pandillas más temibles de aquellos tiempos: los Tecos del Palo Verde. Con su llegada terminó la fiesta y mis recuerdos.
Después de más de dos décadas de aquel momento, ya tan enterrado en el pasado, visité en su casa, que es literalmente un Umbral, al líder de la Perra Vida: Miguel Medina Plascencia, mejor conocido como Miguel Perra Vida. Miguel sigue teniendo ese glamour, esa chispa que descubrí en él la primera vez que lo tuve de frente. No se está quieto. Se toma el cabello largo y negro, con una sola cana, y se lo echa hacía atrás. Se frota el rostro. Se levanta las gafas, se rasca las rodillas. Me ofrece cerveza, libros, discos. Hace referencias sobre revistas y fanzines. Es una máquina cultural de relatos, amabilidad y atenciones. Antes que inicie la entrevista ya me soltó dos o tres anécdotas que no han quedado registradas. En lo que coloco la cámara y nos acomodamos, Miguel recibe una llamada. Es su hermano Carlos. El Carlitos, como él le dice. Estoy de suerte, tendré a dos miembros fundadores de una legendaria banda sonorense: el guitarra y el bajo. Una banda con una trayectoria de 28 años que, como reza el eslogan de una de sus camisetas, se han pasado echando desmadre.
Collages de Miguel Perra Vida
El origen de La Perra
Antes de iniciar, les leo a los hermanos el siguiente poema de José Emilio Pacheco. Les señalo que seguro no es el origen del nombre de su banda, pero que yo, desde que lo leí, pienso que sí lo es:
Perra vida
Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencor el sustantivo perro
para insultarlos.
Y una muerte indigna
es morir como un perro.
Sin embargo los perros miran y escuchan
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
Así pues,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos,
por nuestro voto de obediencia al más fuerte.
Miguel: Amalaya fuera ese el origen del nombre. En realidad antes de La Perra nos llamábamos Mala Vida, como la rola de Mano Negra. Sin embargo descubrí después que había una banda sudamericana que se llamaba así y fue que le cambiamos. Ahora me entero que también hay una banda sudamericana que se llama Perra Vida (Risas). Carlitos: Miguel es el que hace todo. Las letras, la música, el concepto de la banda. Desde un inicio nos dijo a mí y a mi hermano Jesús (el batería y vocalista original), qué instrumentos tocaríamos y nosotros asumimos nuestro rol. Por él nos infectamos de música. Él, como todo en la banda, le puso el nombre. No sabemos bien si somos Perra Vida o La Perra Vida. A mucha gente le gusta más La Perra Vida pero en las camisetas nunca pongo el artículo. Miguel. Creo que la gente nos conoce más así, como La Perra Vida. Pero detrás del nombre, como de las letras de la banda, no hay un significado trascendente. Se me ocurren de la nada. Me gusta mucho esa idea. Que no haya nada y después suceda algo. Que de la nada, como ocurrió con nosotros, surja algo. Por lo tanto muy pocas cosas, incluyendo el nombre de la banda, son planeadas. A mí se me ocurrió armar la banda con mis hermanos porque yo no sería aceptado en otra. Estaba obsesionado con pertenecer a un grupo de rock. Nadie me aceptaría, por mis ideas y actitudes. Siempre he sido conflictivo. Bueno, ahora un poco menos. Apenas mis hermanos me soportan y así nos ha ido (Risas). RockSonora: Supongo que la influencia para sus hermanos menores es Miguel, pero ¿a Miguel quién lo influenció en sus gustos musicales? Miguel recuerda, con un tono nostálgico, a su madre ya fallecida, doña Teresa Plascencia. Dice que era muy alcahueta con él y sus hermanos y hermana. Le regalaba los discos que él le pedía. Recuerda su llanto cuando escuchó ‘Pedazo de canción’, la rola que dice: “Madre, debiste abortarme, sólo soy un pedazo de canción”. Su papá, don Miguel Ángel Medina, aunque más duro, accedía a gastar dinero que, en lugar de juguetes, se iba en discos, revistas y cómics.
Miguel: En el 1980 mi tío me regaló mi primera revista de música. Desde ahí no paré de leer revistas. Para mí saber leer fue algo bien importante, casi como aprender a caminar. En el 81 yo ya tenía discos de los Sex Pistols, The Cure y Black Sabbath. Carlitos: ¡Yo ese es el primer disco que recuerdo! El de los Sex Pistols. A mí me gusta el punk y el hardcore. Eso me tocó más. Pero al Miguel le gustaba de todo, y mucho el metal, que a mí nunca me latió tanto. Pero los Sex Pistols me volaron la cabeza. Aunque en un principio me daba miedo el disco (se refiere al soundtrack del falso documental ‘La gran estafa rocanrolera’ de 1980), sufrí mucho cuando lo quebraron. Alguien se sentó en él. Quizá por eso es que lo recuerdo tanto. Pero a mí lo que me gustó después fue NOFX, Bad Religion, Rancid y por el estilo. Jesús y yo patinábamos y esa era la música que más rolaba entonces. Flashback: Después de la fiesta en la que conocí a La Perra Vida, me tocó ver en mi prepa, el Cobach Villa de Seris, a Jesús y Carlos patinar. Eran muy buenos. Eran los mejores para hacer trucos. Me sentí importante porque se acordaron de mí. Los mejores patinetos e integrantes de una banda sensacional me saludaron de entre toda la bola. Miguel. Ese disco de los Pistols que recuerda el Carlitos, mi mamá me lo compró en Sears en las ventas nocturnas. Antes hasta en Benavides vendían vinilos y ofertaban mucho rock, inclusive más que música regional. Le insistí a mi mamá y ella le insistió a mi papá hasta que logró convencerlo. Mi papá fue vocalista de una banda de rock que se llamaba Los Jetson. Tocaban en La Calle 12 y lugares así. El viejo entendía la música pero no le gustaba el rock psicodélico setentero y menos el punk. Le gustaban bandas de los inicios. Me decía que nunca me quería ver con los “mariguanos” de la esquina. Que escuchara lo que yo quisiera pero no me quería ver ahí. Un día pasé por donde se juntaban esos “mariguanos” que decía mi Papá y yo traía discos de Bob Dylan y Kiss. ¡Los niños de mi edad estaban con Parchís y a mí un tío me había regalado un disco de Bob Dylan! El caso es que los “mariguanos” quisieron que les enseñara los discos y yo pensé que me asaltarían o golpearían y salí corriendo y los dejé ahí para que no me persiguieran. Los batos, todos grandes y greñudos, me llamaron. Me dijeron que estaba chilo lo que escuchaba pero que debería entrarle a Black Sabbath y ACDC. Black Sabbath me llevó a otra parte. A la psicodelia que tanto me gusta. El caso es que en la casa siempre hubo música. Yo escuchaba los discos que ponía mi papá o mis tíos y sentía una energía muy grande. Algo dentro de mí que ardía. En navidad yo ya no quería juguetes. Tenía 14 y quería una guitarra eléctrica y mis jefes me la dieron. RockSonora: Por decirle de alguna manera, catalogamos a La Perra como una banda punk rock. Pero a veces no suena tan punk. Suenan a La Perra y ya. Miguel: Es curioso. Fíjate. Antes en los flyers de las tocadas ponían en nombre de las bandas y sus géneros. Que si eran de hardcore, blackmetal, punk. Pero enseguida de La Perra no hallaban qué poner. En algunas invitaciones me tocó que nos catalogaran como punk psicodélico; eso me pareció adecuado. Pero sí, la Perra no es una banda de punk. Nuestra actitud y espíritu sí que es punkoso pero la música no. Somos una banda alternativa.
RockSonora: Mucha gente piensa que ustedes son del Palo Verde y que la Perra Vida es una banda de ese barrio. Pero no es así, ¿verdad? Carlitos: Nosotros somos de Los Naranjos. Ahí pasamos la infancia. Después nos movimos a la Hacienda de la Flor y luego a San Ángel. Los primeros ensayos de La Perra Vida fueron en San Ángel por ahí de 1990. Miguel ya no vivía con nosotros en ese momento. La casa se había quedado sola porque nos habíamos mudado al Palo Verde y aprovechamos para darle. Pero los inicios de la banda, antes de que se materializara, son en Los Naranjos a finales de los 80s. Miguel: En Los Naranjos conocí al Fernando, que después sería el vocalista de Víctimas. Banda que en un principio tocaba hardcore y se llamaba Víctimas de destrucción. Él era más grande que yo. Cuando iba a su casa se percibía mucha cultura. Sus tíos eran pintores, poetas, músicos. Bien chamaquito veía cine con él. Recuerdo que una vez puso La naranja mecánica, todavía en formato beta. Yo estaba bien morrito y eso te marca. Por ahí también conocí al Asdrúbal, que antes de Víctimas tenía una banda punkosa que era muy conocida entonces: Putrefacción Juvenil. Había bandas en la escena también como Democracia Real y claro, Suciedad Discriminada. RockSonora: A pesar que los chicos de Señor Kino dicen que iniciaron con la escena punk en Sonora, sabemos que esto se remonta a por lo menos más de tres décadas. ¿Qué bandas, de las que siguen resistiendo, sienten como hermanas? ¿Quién inventó la escena en Sonora? Miguel: Yo soy súper fan de Todos Contra Todos. Iba a sus ensayos y escuchaba sus grabaciones. Una banda bien original y pionera. Para mí TCT es la primera banda realmente alternativa de rock en Sonora. Ahora, de bandas hermanas, principalmente son dos las que siguen tocando: Suciedad Discriminada y La Merma de Nogales.
RockSonora: Miguel. Cuando tocas se te mete el chamuco. La electricidad de tu música te corre por la sangre y la emoción se desborda. Verte tocar es un espectáculo aparte. Dinos, aquí en confianza, ¿cuántas guitarras has destrozado?
Miguel: (Risas). Yo creo que unas 40. Mías y prestadas. Esas son las broncas de La Perra Vida. Como me pongo cuando toco. Antes bebía mucho pisto y me ponía todavía más psico. Siempre me subía a tocar hasta atrás. Lo peor era que en las tocadas nos decían que nosotros cerraríamos. Imagínate. Yo sufro de pánico escénico. Bebo para subirme a tocar y cuando llego ya voy avionado. Pero estar ahí todas esas horas y cerrar, ya me subía en calidad de bulto y hacía un desmadre. Yo así siento la música, no lo puedo evitar. Me doy de topes con el desarreglo. Carlos: Eso ha sido la gran bronca de La Perra. El Miguel, cuando ensayamos, es muy exigente. Nos corrige y nos corrige. Nos pegamos una joda ensayando y cuando tocamos todo se viene abajo por su desmadre. Entonces nos da mucho coraje que después de tanta chinga todo se eche a perder. Hemos tenido broncas con otras bandas, organizadores de eventos y entre nosotros por eso. Lo peor del caso es que mucha gente por esto mismo iba a las tocadas. Para ver al Miguel hacer un desmadre. Mi carnal, el Jesús, por eso se abrió. Además de broncas familiares que no vienen al caso, no aguantó sus desmadres. Yo siempre he estado con Miguel. Después de todo sin él La Perra no existiría y no estaríamos hablando aquí.
RockSonora: Aquí viene este tema. Muchas personas perciben que la Perra actual es otra Perra o en todo caso, una nueva Perra con los nuevos integrantes. Yo los he escuchado y suenan más sofisticados. Las nuevas rolas me parecen muy interesantes. Ahí están los guitarrazos del Miguel y sus letras que se quedan en el imaginario de quien las escucha. Pero muchos fans extrañan la crudeza que imprimía el Jesús con su voz como de eco. ¿Les pesa esto? Miguel: En una tocada reciente, creo que en el Seven, alguien me hizo un insulto respecto a lo que comentas. Uno de los mejores que me han hecho, por cierto. El tipo me preguntó, cuando me bajé del escenario:
-¿Ya tocaron? -Sí, acabamos de tocar, le respondí. -Neta, pensé que estaba tocando una banda de covers de La Perra. (Risas)
Carlos: Mucha gente nos comenta esto. Que los tres hermanos tocando son La Perra pero bueno, ahora Jesús no está. Quién sabe si un día vuelva. Lo veo difícil. Ya llevamos casi ocho años con los nuevos integrantes y las cosas fluyen, nos gustan. Quizá a mucha gente no. Cuando salga el nuevo disco seguro muchos querrán que suene igual que El Foco, que es lo único que conocen de nosotros, ¡y que sacamos hace ya 23 años! Pero será otra cosa y nosotros estamos contentos. También sucederá lo contrario. Habrá personas a las que les guste más el nuevo material que el anterior. Habrá, inclusive, quien escuche lo nuevo sin haber conocido El Foco. Miguel: Hay nuevas rolas y nos rodeamos de personas que sí saben de música. Nosotros de notas y esas cosas no sabemos nada. Somos naturales. Ellos en cambio sí. Nos aportan demasiado. (Carlitos refiere a Miguel sobre rolas que deben incluir en el nuevo material. Miguel las canta y hace sonidos de guitarra. Carlos de batería. Así, tocadas con sus cuerpos y tarareadas, ya suenan bien chingonas).
RockSonora: En la banda canta Javier Cinco, un gran trovador, guitarrista y letrista. Vocalista también de una banda muy distinta a la Perra pero de gran calidad, Los Vecinos Incómodos. Luego toca la batería el experimentado Jesús David y la segunda guitarra Jesús Alfredo Vélez. Yo los he escuchado en vivo y suenan muy bien. Y quizá, para quienes tenemos décadas siguiéndolos, ese pueda ser el problema: que suenan muy bien. Miguel: Cuando escuché El Foco por primera vez, que produjo el Tona Castro allá en 1997, me impresioné. Ni yo sabía que sonábamos así de bien. Sacamos 500 casetes y los 500 se vendieron. Gustó, conectamos. No queremos hacer otro Foco. Este año había planes de sacar el otro álbum pero como todo, la pandemia lo postergó. Aunque todavía no tenemos título, las canciones ahí están. Ya las hemos tocado en vivo y funcionan. Yo creo que quedará algo bueno. Yo no estoy nervioso por eso. Si al escuchar El Foco supe que sonábamos bien, ahora imagino que sonaremos mejor. Carlitos: Yo sí estoy un poco nervioso. Sé que habrá quien diga que no sonamos como La Perra que ellos recuerdan, pero de eso se trata. De darle la vuelta. Espero se entienda. Por lo demás, yo creo que la banda sigue teniendo el mismo sello de siempre porque aquí toca el Miguel Perra Vida. RockSonora: ¿Qué bandas han visto en vivo que los han impresionado y en qué tocadas han compartido escenario con ídolos para ustedes? Miguel: Yo en vivo disfruto a Suciedad Discriminada. Una vez le dije al Carlitos, allá cuando estaba bien morrito y dormíamos todos en un cuarto pequeño, que algún día tocaríamos en el mismo escenario de la banda que escuchábamos, en ese momento, en una pequeña grabadora Panasonic: Eskorbuto. Y eso sucedió. Los otros dos integrantes murieron por drogas pero compartimos con el Pako Eskorbuto. También, aunque el Carlitos no estaba en ese entonces en Hermosillo, tocamos con el Marky Ramone. Carlitos: La banda que yo he visto en vivo que me dejó extasiado fue Babasónicos. Y hemos compartido; además de con el Pako Eskorbuto, con Tijuana No, Boikot, Reincidentes, Vantroi, Dos minutos y un montón de bandas bien chingonas.
RockSonora: ¿Alguna vez los contactó alguien para llevárselos de gira o grabar en una disquera grande? Carlitos: Una vez llamaron del DF, yo contesté. Rápido les hablé a mis carnales. Un promotor nos había escuchado y quería llevarnos de gira por México y España. Yo ya estaba con la mochila al hombro pero desde entonces ya había responsabilidades de familia y trabajos. No se consiguieron los permisos a tiempo y la oportunidad se esfumó. Miguel: Varias veces nos han invitado a giras y colaboraciones. Sin embargo esa idea de éxito para una banda no es la que yo comparto. La Perra tiene un público. Ya viste las cartas que hemos recibido de Canadá, Cuba, Venezuela y más lugares del mundo por nuestra música. Hemos sido reseñados en lugares que jamás pensé que llegaríamos. Si vas a una tocada la gente canta nuestras rolas y se emocionan junto a nosotros. Creo que ahí está lo que buscamos. Todo se ha ido construyendo casi automáticamente, desde la nada. Pronto sacaremos otro disco.
La batería de la cámara se ha agotado. La cerveza y la música tiñen el espacio del Umbral. La noche se ha puesto sobre nosotros. La charla con el Miguel y el Carlitos continúa, no se extingue.
Cuando redacto esta nota pongo El Foco. Recuerdo decenas de tocadas. Rostros que ya no volví a ver. Personas que ya no existen sobre la tierra. Las canciones de La Perra son parte del soundtrack de muchos de mis amigos y conocidos. Parte esencial de nuestros aprendizajes secretos. En algún momento se abre un túnel en el tiempo. Me veo, todavía con cara de niño y con una camiseta de Sonic Youth, en aquella azotea donde los escuché por primera vez. Me comprendo moviendo la cabeza y con la piel chinita de la emoción. Justo como ahora que mis pies ya no pisan la tierra. Justo ahora que mi mente gira, gira, gira.
1 Miguel tiene un negocio de venta de libros, discos, camisetas y demás artículos rockeros llamado ‘El Umbral’. La oficina está en la sala de su casa. Ahí también es el centro de operaciones de uno de los fanzines musicales que resisten en Hermosillo: Coyote de fuego. Además de ser el escenario donde actualmente ensaya La Perra Vida. https://www.facebook.com/groups/172936626837678/