Autumn´s Agony

Nostalgia por el infierno: las Tocadas en Hermosillo

A pesar que en Hermosillo hay, o había, más festivales de rock con bandas importantes; todavía son muy pocos los eventos masivos de este tipo. No habitamos una ciudad como Monterrey, Guadalajara o Ciudad de México que ofrecen, mes con mes, o por lo menos lo hacían antes de la pandemia, opciones de conciertos para todos los gustos.

Para los que vivimos en estados fronterizos nos queda más cerca ir a festivales y conciertos a Estados Unidos. Siempre y cuando, claro, cuentes con recursos económicos y visa. La perrada, desde siempre, hemos tenido, o por lo menos la teníamos antes del Covid, la opción local: las tocadas. Casi todas las semanas se hacen tocadas en bares y cantinas en Hermosillo. En la Bohemia, El Seven, La Verbena, El Pluma, El Campo, El Foro B, entre otros. Pero las chilas, las que se han hecho legendarias en el tiempo y en el imaginario de sus asistentes, están en peligro de extinción debido al acoso, cada vez más marcado, de las fuerzas públicas. Me refiero a las tocadas que sucedían en casas particulares, patios, talleres y almacenes. Estas tenían una mística distinta. Uno se sentía libre en ellas. Llevabas tus propias bebidas y el asunto con las bandas era hacer ruido, compartir un acto creativo sónico, no generar negocio. Hacer ruido y comunidad en torno al rock. No es que tenga algo en contra de hacer dinero con venta de bebidas o boletaje, es justo y necesario, pero las tocadas caseras eran la onda porque se sentía que ocurrían a la intemperie de cualquier tipo de represión.

Después de todo, el verdadero espíritu de las tocadas en Hermosillo, aunque fueran gratuitas, siempre se experimentó por fuera de donde ocurrían los eventos. Muy pocos, incluyendo los músicos y sus amigos más allegados, ingresaban a los lugares y después de tocar o ver a la banda que les interesaba, se salían a pistear afuera. Tendría 15 o 16 años cuando fui a mi primera tocada. Digo fui por no decir que estuve por afuera del Music House entre mocosos enfundados con camisetas metaleras y pantalones talla 40. Plebes que se sentían los dueños anónimos del mundo porque salían en la noche para escuchar a los Astaroth de Guaymas. Porque en sus tramos Cross Colours guardaban botellas, sprays Comex con el tapón bien expandido, cigarros alitas y ridículas cadenas conectadas con una billetera vacía. Fumar y beber eran entonces actividades que marcaban tu postura ante el mundo. Recién habíamos dejado de jugar fut o beis en la calle para escuchar Pantera en el potente estéreo de un viejo Ford Custom estacionado en la cochera de una casa de la colonia Olivares. Dueños anónimos del mundo que escupían todo el tiempo haciendo ríos burbujeantes en las banquetas. La felicidad era eso: beber, escupir y ser, soberbiamente, jóvenes que sentían el llamado del desarreglo, la emancipación y la estridencia.

En mi primera tocada había un tipo que hacía, idéntico, como Chewaka después de beber un larguísimo trago de caguama. Una década más adelante conocería a esa entidad irrepetible: el Igor. Vi al Miguel Perra Vida, al Choco, al Buchakas y al Cuicho de Suciedad Discriminada. Batos una generación más grande que la mía y con una personalidad ya muy definida. Parecía que toda esa pandilla vivía afuera de aquella tocada. Todos los conocían, todos les brindaban trago. Estaban en su ambiente.

Nosotros, alucines, los mirábamos desde el otro lado del estacionamiento e identificábamos en ellos otro estilo. Eran punks. Nosotros pensábamos que ser rockeros era ponerse camisetas de Metallica, Megadeth o Deicide. Escuchar Death y vomitar los domingos un montón de jugo de toronja. Llevar el pelo largo y sentir que satanás era la cosa más divertida en el mundo.

En el Hermosillo de los noventas del siglo pasado, las tocadas eran colectivas. Se mezclaban metaleros con harcorosos y alternativos. Había tocadas rascuachas en barrios populares y tocadas nice en colonias yupis. Pero cuando el toquín era en un espacio como el Music House, o el Casino de los Ingenieros, o el Casino del SNTE, o el de la CFE; o en lugares del Estado como La Casa de la Cultura (¿Pueden creer que la Casa de la Cultura había tocadas bien chingonas y libertarias?), La Sauceda, el CUM, La Leona Vicario, El Emiliana de Zubeldía, ahí se juntaba todo el animelaro. Los harcoreñitos de las Fuentes y sus alrededores; los metaleros del Sahuaro y el Choyal; los punks del Palo Verde y un montón de morras y morros que llenaban lugares de la UNISON como el estadio Castro Servín, la Escuela de Letras y Rectoría los 2 de octubre. Tocaban alternadamente bandas enchamucadas y después seguía una punkosa y quizá luego una de Ska, como la brillante Skalón. Llegaban skatos y hasta cholos. Algunas de las bandas, que cada fin de semana tocaban entre finales de los noventas y principios de los 2000 miles, en el algún punto de la ciudad: Tiner, La social, El grito, La perra vida, Oftalmus, Satan maleficarium, Stress, La Trin-K, No más no, Maltrato, Otravez, La malilla planetaria, Autumn´s agony, Sol Naranja, Suciedad, Rencarnación, López Pérez, La Coyota, LDL, Los vulgares y un montón más.

Además de la música, algo que me encantaba de ir a tocadas era esa sesión para expiar demonios. Esa verdadera terapia de choque: el Slam. Estrellarse con espaldas de desconocidos. Sudar en los veranos intensos y también en los brutales inviernos del pasado. Cansarse, abrazar a las personas y después lanzarlas lejos. Tomar a un objetivo que se pasó de rosca en un empujón insano. Estar calculando la fuerza, el coraje y la diversión al mismo tiempo. Ir a estrellarse en cuerpos igual de alborotados que los tuyos, abrazado de la morrita o el chico, según el caso, que te gustaba. No parar de reír. La cercanía, el calor. Dice el poeta francés, Arthur Rimbaud, que el infierno son los otros. En una tocada puede que así lo sea, pero también hay infiernos floridos, carismáticos e intensos debido a la camaradería que se genera en ellos.

Esto es lo que extraño de ir a una tocada: la fraternidad. Y aunque ya no me meto al Slam, siempre veo, entre el ruido de las bandas y las luces de los lugares, a las mismas personas; con dos o tres ausencias misteriosas y otras tantas que partieron para siempre hacia a otras dimensiones. Presencias que resisten, en el rock, desde hace casi tres décadas. La alegría por verlos tiene un efecto muy de espejo. Después de todo seguimos aquí. Somos sobrevinientes.

El Covid-19 nos tiene en jaque. No sé ustedes, pero yo estoy harto de los conciertos en pantallas. Estoy harto de la vida a través de streaming impersonales. Las presentaciones de libros, discos y charlas, que al principio del confinamiento cumplieron una función, hoy las percibo desgastadas, poco relevantes. Quizá sea que estoy harto de las pantallas en general. Todo se me hace lejano, con respecto a la experiencia de recargarse con música en vivo. Nada como ver al guitarra y al batería, a un músico en general darle con todo a su instrumento. Paradójicamente, a la experiencia de vivir le falta el “en vivo”.

Cuando este virus se nivele entre nosotros. Cuando por fin entendamos que todo cambió para siempre, en cuanto a nuestra convivencia gregaria, seguro habrá tocadas de nuevo. Seguro volveremos a vernos las caras después de esta etapa extraña, desterrada y paranoica que se ha extendido durante tanto tiempo. Mientras, nos queda resistir. Falta menos para sentir que la vida es un acto presencial. Un acto individual que se completa con la experiencia, el talento y la visión de los otros.

RockSonora Metal Fest I

Fotos del primer Metal Fest organizado por RockSonora.com. Estas fotos fueron rescadatas de un respaldo, no se encontro el flyer, espermos pronto podamos conseguirlo, fue un buen evento que vale la pena recordar. Excelentes bandas, Astaroth, Autumn´s Agony, Satan Maleficarium …